En cuanto a mi madre, a quien no había vuelto a ver desde mi nacimiento, la estadía en La Rochelle también fue la oportunidad para descubrirla totalmente. No dejaba de sorprenderme, antes que nada, que no me hubiera besado más que dos veces, y sólo en la frente, después de esta separación bastante larga; todavía estaba lejos de imaginar que aquellos dos besos serían los únicos que me daría en toda mi vida. Me parecía que sus palabras eran agrias y que se impacientaba ante las risas desconsideradas
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